Yo quiero mucho a mi abuelo.
Mi abuelo siempre fue un hombre con el que sentí una cercanía especial. A falta de una buena figura paterna, siempre recaí en mi abuelo materno. Era amable, y calmado, y le encantaba salir a pasear, así que justo antes del almuerzo, mientras mi abuela hacía la cazuela y el consomé, mi abuelo salía al parque detrás del edificio donde vivían, y yo lo seguía, y cazabamos chanchitos de tierra, y luego se los mostrabamos a mi abuela y ella nos retaba, y le decía a mi abuelo que los tirara al jardín y el reia y reia, asi que yo reia y reia tambien.
Mi abuelo era el padre que tuve, pero nunca tuve cerca, y solo tuve cerca cuando mi abuelo ya estaba bajo tierra, cuando ya habían pasado demasiado años, y ya no lo necesitaba tanto.
Yo quiero mucho a mi abuelo, pero fue parte de la nueva burguesía.
Jamas vi la faceta del hombre que lo tenía todo, pero cuando uno es chico uno no se pone a pensar de cómo una familia bastante simple tiene tres casas, y dos autos, y otra casa en la playa, y la mejor comida, y viajan como ocho veces al extranjero, y tienen nana y jardinero y señora del aseo. Ya cuando empezó a perder la memoria y luego la razón, que es como recuerdo bien a mi abuelo, el dinero empezó a desaparecer. La pensión era bastante, pero el enfermero de turno que venía a la casa y le daba catorce pastillas y varias inyecciones al día salía caro, y el llamar a la coronaria móvil cuando se sacaba los catéteres del cuerpo a la fuerza, con sangre y mucosa pegadas, y salia corriendo de una casa que no reconoció, había que pagar aún más dinero.
Mi abuelo era empresario, y uno bastante importante, desde los años cincuenta que trabajaba arduo facilitando la venta de productos de todo tipo, mayoritariamente de oficina aunque también facilitaba las ventas entre obrero humilde y cadena internacional. Los sets de cubiertos de plata que usaban en clase business acá en Chile, mi abuelo había hecho ese trato, el cual era millonario, aunque de cómo funcionaba el trato, eso no lo sé. Encontré boletas y libros de pago, pero la letra jamás la pude descifrar. Tampoco me importó mucho, la verdad. Mi abuelo era afluente, eso era lo que importaba.
Logró ganar mucho dinero, y según mi abuela, lentamente cambió con el dinero. Mi abuelo no era una persona pobre, siempre tuvo lo suyo, y su familia tenía tierras en el sur, y grandes plantaciones, y quién sabe qué más. Pero esto de las empresas era definitivamente lo más grande, y lo hizo un hombre grande, y los hombre grandes dan miedo. Gastaba dinero y se juntaba con sus amigos e iban a los bares y los restaurantes, y se compraba los mejores autos posibles, que igual eran humildes, porque jamás se compraría un superauto, pero la gente de la época todavía conduce carretas tiradas por caballos, o se subía al tranvía eléctrico, o al ferrocarril local, así que solo tener auto lo hacía mejor que el resto. Más notable.
Mi abuelo le gritaba a sus trabajadores, siendo otros compradores allá en su trabajo, o amas de casa y temporeros acá en su casa. Yo jamás lo conocí furioso. Siempre fue un hombre calmo y risueño, pero en el pasado, fluía la ira por sus venas. No lo culpo, pero tampoco lo justifico. El país pasó por crisis tras crisis. O caía el precio del salitre, o caía el precio del cobre, o había un intento de golpe de estado, o había una matanza de obreros. No era tiempo para gente calma y risueña, gente sensible. Quizás mi abuelo entendía la realidad en la que vivía. Quien sabe, la verdad.
Lo que sí sé es la manera en que se refería a mi padre, y a su familia, que llegaron del sur con muy poco, y la manera en que lo miraba mientras cortejaba a su hija, y las palabras que un día le dijo a mi padre acerca de su madre, y de su cáncer de mamas, y de cómo mi padre hirvió de furia, y me agarro a mi y a mi hermana, que éramos muy chicos para entender, y nos llevó a la casa de sus padres, y escuché que mi tía lo encontró llorando de rabia, y a ella le costó décadas sacarle la razón de sus lágrimas sobre los azulejos del baño.
Yo quiero mucho a mi abuelo, pero fue de derecha.
Uno nunca entiende la política cuando es chico, y dudo que uno entienda las políticas incluso cuando grande. Tantas razones, tanto tangibles como invisibles, que se mezclan y entremezclan y terminamos con una bola de engrudo, de cemento mojado que uno no puede distinguir, y todo termina pegado y contaminado y feo. Así fue el pinochetismo en su época.
No sé mucho de cómo llegó a pensar así. Cosas que uno no ve a veces son extremadamente aparentes, si uno tan solo corre la cortina de baño, y observa directamente el cadáver hinchado que está detrás. Hace poco, viendo documentales en la tele, descubrí el significativo paso del Partido Nazi por Chile, y aún más recientemente, del odio de Allende hacía los judios, los homosexuales, y los enfermos mentales. La historia es más compleja de lo que parece, y eso quiere decir que a veces, el abuelo calmo y risueño tiene un odio insoportable contra el trabajador común, contra el hombre unionizado, contra el socialista y el soñador.
Mi abuelo dividió a mi familia. Incluso antes de que apareciera mi padre en la ecuación, mi abuelo era dracónico con sus hijos, y mi madre jamás tuvo amigas. Ella era simplemente otro hijo varón más, y quizás hasta le robo su niñez, o eso le contaría a su terapeuta, muchos años después. Pero esto no va al trauma de mi madre, o el trauma de mi tío, que era tratado mucho mejor por ser hijo mayor y ser hijo varón, pero quizá fue tratado muy bien, y ahora le acompleja el funcionar como mejor persona, como alguien que sabe lo que hace, y no lo dice, pero veo en sus ojos un dolor que no se puede expresar, porque es varón y este tipo de criatura no habla del dolor interno, del que no deja llaga.
Mi abuelo era de derecha, pero la familia de mi abuela era de izquierda. Mientras que mi abuelo tenía de familia terratenientes y militares y gente de poder, mi abuela tenía de familia profesores y poetas y gente de poca plata pero harto conocimiento, y quizás no fueron a las universidades gigantes, esas de la Capital, pero sabían harto, harto de haciendas, harto de educación, harto de minería, de botánica, de los cantos y llantos de los populistas. Y la verdad, no fue un gran problema. La gente es diferente, la gente nace y trabaja y muere, y el mundo sigue, y a mi abuelo eso no le molestaba. Pasaba más tiempo arriba de un avión que en su casa, comiendo las cazuelas de su mujer, amándola como lo hacía antes.
Dicen que los cambios llegan de golpe, y acá en Chile eso no podría ser más cierto, pero el cambio es la gota que derrama el vaso, el martillazo simbólico al muro de Berlín. El cambio llega de golpe, pero el muro tiene que estar corroído ya por infinitas batallas para ceder. Y mi abuelo cambió poco a poco, pero llegó el golpe, y se transformó. Y cuando el Palacio de La Moneda ardió en llamas, y Allende fue sacado en bolsa, él no dijo nada, y continuó tomándose su tecito. Y cuando balearon a la juventud frente a las calles de la capital, y prendieron fuego a Carmen y Rodrigo, y los dejaron moribundos, y el fuego ardió pero no tanto como el fuego de las protestas, y las matanzas, y las golpizas, mi abuelo caminó hasta el televisor, y cambió el canal. Y cuando mi tío, hermano de mi abuela, fue secuestrado y golpeado, y volvió moribundo y moreteado y mudo, y la familia celebró porque la gente esos días ya no regresaba viva, mi abuelo se limitó a mirar de lejos, sin emitir sonido alguno, y cuando mi abuela lo encaró, simplemente dijo que ‘no lo habrían agarrado si no hubiera hecho algo’, y mi abuela se echó a llorar y él agarró su boina y se fue a trabajar y de eso no habló más.
Mi abuelo no era una buena persona. Siempre le encontró la razón a los de derecha, y no quiero ni saber cuál es su opinión acerca de si la dictadura siquiera pasó, porque mucha gente piensa eso, y me rompería el corazón saber. Aunque quizá no me afectara tampoco. El Chileno ha crecido a la sombra de una dictadura mal resuelta, y está acostumbrado a que le metan ‘el pico en el ojo’; ha aprendido a dejar ir, porque la justicia hace tiempo que no existe, y aún cuando la hay, uno no se queda satisfecho, y así muere la democracia, no por bala o sable, sino de hambre. Hace poco averigue que el hombre tenía su propio helicóptero, y me cague de risa, y me imaginé a mi abuelo, de boina y traje de tres piezas, junto a tres miembros de la escuela de vuelo, lanzando cadáveres amarrados a rieles, directo al mar, para que no fueran a ser vistos nunca más. Y obvio, eso nunca pasó, pero, ¿Quien carajo tiene un helicóptero? Mi abuelo. Mi abuelo tenía un helicóptero. Mi abuelo tenía muchas cosas escondidas, y solo ahora me entero.
Yo quiero mucho a mi abuelo, pero quizá no debería. Quizá si lo odiara, y no me sintiera en conflicto interno por cómo sentirme por un hombre que me dio tanto en vida, y me ayudó a sentirme como alguien querido, podríamos como país encarar las cicatrices mal parchadas que dejó el legado de la dictadura. Porque hay tanta gente allá afuera que sigue viva y piensa igual que mi abuelo, y son gente buena, pero mantienen un raciocinio que no debería existir; que jamas debio existir, y se lo pasan a sus hijos, y ellos a sus hijos, y así sigue girando la rueda, hasta que la gente que vivió la dictadura fallece, y ya nadie se puede quejar, y la injusticia reina el país de los ciegos, ciegos por voluntad propia.
Y a pesar de todo, yo todavía quiero mucho a mi abuelo. Y lo voy a seguir queriendo.
I love my grandpa a whole lot.
My grandpa was always a man who I felt a special intimacy with. Lacking a good father figure, I always relied on my maternal grandpa. He was kind, and calm, and he loved to take walks, so just before lunch, while my grandma cooked cazuela and consomme, my grandpa would go to the park behind the apartment where they lived, and I followed him, and we would hunt pillbugs, and then we would show them to my grandma and she would yell at us, and she’d tell my grandpa to throw them out into the garden and he laughed and laughed, and I laughed and laughed as well.
My grandpa was the father I had, but never had close enough, and I only had close when my grandpa was under the ground, when many years had passed already, and I didn’t need him as much.
I love my grandpa a whole lot, but he was a part of the new bourgeoisie.
I never saw the face of a man who had everything, but when one’s young you don’t think about how a very simple family has three houses, and two cars, and another house at the beach, and the best food, and they take like eight trips overseas, and they have a nanny and a gardener and a cleaning lady. Once he began losing his memory and then his mind, which is how I vividly remember my grandpa, the money began disappearing. The pension was enough, but the nurse in turn that would come to the house and gave him fourteen pills and several shots every day was expensive, and calling the stationary ambulance when he would forcibly pull out the catheters from his body, with blood and mucus attached, and he would run away from a house he couldn’t recognize, we needed to pay even more money.
My grandpa was a businessman, and a very important one, since the fifties he worked hard facilitating the selling of products of all kinds, mainly office products although he also facilitated sales between humble worker and international chain. The silver cutlery sets that were used in business class flights here in Chile, my grandpa made that deal, which was in the millions, although how the deal worked, that I didn’t know. I found receipts and invoices, but I could never decipher what was written on them. I didn’t care a lot, to be fair, My grandpa was affluent, that’s what mattered.
He managed to make a lot of money, and according to my grandma, he slowly changed with it. My grandpa wasn’t a poor person, he always had his cut, and his family had land in the south, and big plantations, and who knows what else. But this thing with enterprises was definitely the biggest, and it made him a big man, and big men are scary. He’d spend money and he would meet with friends and go to bars and restaurants, and he bought the best cars available, which were still humbled, because he’d never buy a supercar, but the people at the time still drove carts pulled by horses, or took the electric tram, or the local railway, so the mere act of having a car made him better than the rest. More remarkable.
My grandpa would yell at his workers, other sellers there at work, or housekeepers and temporary workers at his house. I never knew his furious self. He was always a calm and smiling man, but in the past, ire flowed through his veins. I don’t blame him, but I don’t justify him either. The country went through crisis after crisis. The price of saltpeter would fall, or the price of copper would fall, or there was a coup attempt, or there was a killing of workers. It wasn’t a time for calm and smiling people, sensible people. Maybe my grandpa understood the reality in which he lived. Who knows, honestly.
What I do know is that the manner in which he talked about my father, and about his family, who came from the south with very little, and the way in which he looked at him while he enamoured his daughter, and the words that he said to my father when talking about his mother, and about his breast cancer, and how my father boiled with anger, and grabbed me and my sister, and we were too little to understand, and took us to the house of his parents, and I heard that my aunt found him crying in anger, and it took her decades to make him talk about the reason behind his tears falling upon the bathroom tiles.
I love my grandpa a whole lot, but he was right wing.
One never understands politics when you’re a kid, and I doubt one understands politics even when an adult. So many reasons, as tangible as they’re invisible, that mix and intermix and we end with a ball of gruel, of wet cement that you can’t distinguish, and everything ends up sticky and contaminated and ugly. That’s how that era’s pinochetism was.
I don’t know how he ended up thinking this way. Things one doesn’t see are sometimes very apparent, if only one moves the bath curtain to the side, and directly stares at the bloated corpse behind. Not long ago, watching documentaries on TV, I discovered the significant passing of the Nazi Party through Chile, and even more recently, of Allende’s hatred towards the jewish, the homosexual, and the mentally ill. History is more complex than it seems, and that means that sometimes, the calm and smiling grandpa has an unbearable hatred against the common worker, against the unionized man, against the socialist and the dreamer.
My grandpa divided the family. Even before my father appeared in the equation, my grandpa was draconian against his children, and my mother never had friends. She was simply another male child, and maybe he even stole her childhood, or at least that’s what she would tell her therapist, many years later. But this isn’t about my mother’s trauma, or my uncle’s trauma, who was treated a lot better because he was the eldest son, and the masculine son, but maybe he was treated too well, and now it’s hard for him to function as a better person, as someone who knows what he’s doing, and he doesn’t say it, but I see in his eyes a pain that cannot be expressed, because he’s a man and this type of creature never speaks of inside pain, the kind that leaves no trace.
My grandpa was from the right, but my grandma’s family was from the left. While my grandpa had as family landowners and military men and people with power, my grandma had a family of teachers and poets and people of little money but a lot of knowledge, and maybe they didn’t go to gigantic colleges, those from the Capital, but they knew a lot, a lot about houses, a lot about education, a lot about mining, of botany, of the singing and crying of the populists. And being truthful, it wasn’t a big issue. People are different, people are born and work and die, and the world goes on, and my grandpa had no issue with it. He spent more time inside a plane than in his house, eating the cazuelas his woman cooked, loving her like he’d done before.
They say change arrives like a coup, and here in Chile that couldn’t be more true, but change was the drop that spilled the glass, the symbolic hammer to the Berlin wall. Change arrives like a coup, but the wall has to be already corroded by infinite battles to fall. And my grandpa changed little by little, but the coupe arrived, and he transformed. And when the Palace of La Moneda burst into flames, and Allende was taken out in a bag, he said nothing, and kept drinking his tea. And when the youth was murdered in front of the streets of the capital, and they set Carmen and Rodrigo on fire, and they left them to die, and the fire burnt but not as hard as the fire of the protests and the killings and the beatings, my grandpa walked to the TV, and changed the channel. And when my uncle, brother of my grandma, was kidnapped and beaten, and returned half death and bruised and mute, and the family cheered because people these days did not return alive, my grandpa simply stared from afar, without emitting a sound, and when my grandma confronted him, he simply said that ‘he wouldn’t have been taken if he’d been innocent’ and my grandma burst into tears and he took his beret and went back to work and they didn’t speak of it again.
My grandpa wasn’t a good person. He always found the right to be right, and I don’t even wanna know what his opinion was about if the dictatorship even happened, because many think otherwise, and it would break my heart to know. Although maybe it wouldn’t hurt as much. The Chilean has grown under the shadow of a poorly resolved dictatorship, and is used to having ‘a dick in the eye’; he’s learnt to let go, because justice hasn’t existed for a while, and even when there is, you are not satisfied, and this is how democracy dies, not under bullet or blade, but of hunger. Not long ago I discovered he had a personal helicopter, and I died of laughter, and I thought of my grandpa, in beret and threepiece, along three members of the aviation school, throwing corpses tied to rails straight into the sea, so they wouldn’t be seen ever again. And of course, that never happened, but who the hell has a helicopter? My grandpa. My grandpa had a helicopter. My grandpa had many things hidden, and only now do I learn of them.
I love my grandpa a whole lot, but maybe I shouldn’t. Maybe if I hated him, and I didn’t feel internal conflict about how to feel for a man who gave me so much in life, and made me feel like someone loved, we could as a country confront the badly patched scars that the legacy of the dictatorship left behind. Because there’s so many people alive out there that think just like my grandpa, and they’re good people, but they keep a reasoning that shouldn’t exist, that should have never existed, and they pass it along to their kids, and them to their kids, and the wheel keeps on spinning, until the people who lived through the dictatorship passes away, and now no one can complain, and injustice reigns in a blind country, blind because they choose to be blind.
And despite it all, I still love my grandpa a whole lot. And I’ll continue to love him.