La gente dice que las cosas que llegan de golpe se van de golpe.
Es un chiste, la verdad. Es el típico humor del niño que no entiende el peso de la dictadura, de la gente que se ríe del Challenger, que se ríe de las Torres Gemelas, y a cierto modo, la risa es cura, es lo que le dan a los pacientes cuando el dolor es mucho, y necesitan reemplazarlo, y la risa lo reemplaza de maravilla. Y debo de admitir que a mi también me daba risa. Es ridículo, de verdad. Uno ve una tragedia y siempre está la gente que la vuelve un chiste, una nada, y a muchos les duele, pero a otros les importa muy poco.
Y a mi me importaba bastante poco la dictadura. Cuando era chico no sabía de mi abuelo, ni de mi tio. Vivía en un imperfecto mundo perfecto, con problemas de la gente normal, como las malas notas, y los pleitos, y el divorcio; mierda de siempre. Pan de todos los días. Y crecí y disfruté, y llegué al Instituto. Se llamaba el Instituto Nacional, y era el colegio más viejo del país, construido en 1812, y era un buen colegio allá en los 1900s, pero se pudrió por dentro, víctima de la fama y el chovinismo, y lo único que aprendí es que la vida es cruel, los adultos suelen mentir, pelear por tus derechos es una batalla perdida, y nadie te puede escuchar llorar en el toilet de al fondo del tercer piso, porque es el único que no tiene una sala de clases al otro lado de la pared. Y así siguió mi vida, como fantasma, sin pensar en lo difícil o lo complicado, viviendo día a día, pudriéndome por dentro. El primer año lo perdí ante las protestas, el segundo ante el abuso de poder, y ya después jamás recuperé el ritmo, víctima de tiempos mejores. El tercero, aprendí de la dictadura.
Se llama Día de la Memoria Institutana. Se hace el 25 de septiembre, frente a una placa de bronce. Es una placa en honor a los institutanos caídos, a los que le rendimos tributo, y todos los años llegaba alguien diferente a hablar; a contar su historia. Y nos habló del tema Luis Lorca, cuyo hermano Carlos, diputado de la era de Allende, desapareció un día después del golpe, y no se volvió a ver más. Uno de los dos diputados desaparecidos. Uno de treinta institutanos muertos. Allende fue institutano también, y camino los mismos pasillos y subió las mismas escaleras, y se sentó en la misma biblioteca que yo alguna vez visite y habían fotos de él, leyendo libros frente al gran globo terráqueo, y yo pasaba por al lado, y me volvía parte de la historia. Y luego si uno miraba por la ventana, podía uno ver La Moneda, porque el instituto está a una cuadra de ella, y uno se imagina la destrucción de ese día, de la perspectiva del alumnado y profesorado del tiempo, aquí, por donde pasaron tanqueta y avión, y uno de los bombarderos tiró una bomba mal y cayó al lado del instituto, y golpeó el hospital que se encontraba allí antes. Y los estudiantes corrieron a las calles y me pregunto si habrán visto a Olivares, director de la Televisión Nacional de Chile, que fue el primero en caer en La Moneda ese día de las culebras.
Camino a través de las Grandes Alamedas y me abro paso hacia el Paseo Ahumada, por donde pasaron los tanques y sacaron hacia la calle a los amigos de Allende una vez La Moneda fue destruida y aquí se juntaron los militares, y acá la gente se paro de pie a las 8 de la mañana a comprar el pan y las verduras para la sopa y la carne para la carbonada, y a donde se juntaron las juventudes, y donde el mesero ofreció un helado gratis si votabas por el Sí, y donde la gente bailó y lloró y celebró cuando Pinochet fue sepultado, y los días pasan y sigo atravesando la historia, y todos lo hacemos, y poco nos importa. Vivo a cuadra y media de un muro donde acribillaron a doce una noche del ‘75, y a tres cuadras de un centro de prisioneros por donde pasaron miles, y prendo la tele y veo a Paty Maldonado, presentadora de noticias que hasta el día de hoy cree que las matanzas nunca pasaron, que a nadie lo torturaron, que no hubo censura, y su hermanastro fue llevado a Pisagua, y fue golpeado, y conoció gente que fue asesinada allí, y el hombre sigue con su trabajo como humorista, e ignora el odio y la ignorancia, porque está viejo y cansado. Y veo esto y no entiendo como la mujer puede ser tan estúpida, tan centrada en sí misma, y como el hermano puede ser tan permisivo, tan manso, y me empiezo a dar cuenta de algo.
Cruzó las calles donde corrió la sangre del patriota, y escucho la cueca, la gente preparándose para el 18, el día de la independencia de Chile, con la primera junta nacional de gobierno. El olor a carne asada invade mi ser, y pienso en el caso quemados, de la gente quemada viva a veinte minutos de mi casa. Veo la gente bailar, y pienso en esa canción de Sting, y las mujeres ya no bailan solas. Miro hacia el Estadio Nacional, y hay un museo de la memoria de hace 10 años. Todavía no lo visito, a pesar de haber ido al Estadio en incontables ocasiones; al menos una vez al año a las fondas del 18.
Nunca terminó la dictadura. Simplemente dejamos que fermentara, que se muriera Pinochet, pero no de preso sino de viejo, rodeado de sus amigos, amigos que tampoco cayeron presos, y siguieron sacandole plata al país porque la justicia está muerta, y también la democracia. Y los militares salieron libres a las calles, y hoy en día también comen carne asada y bailan cueca y la vida sigue. Y así quedó la dictadura, durmiente como un dragón bajo una montaña, con el mar en su estómago, esperando a que la gente lo despierte con su furia, y volverá y lo destruirá todo, pero hasta entonces, Panmunjom, una Corea pero dividida en izquierda y derecha, ninguna cediendo, y la vida sigue, pero sigue en éstasis, lentamente juntando moscas y volviéndose verde y amarilla, ulcerandose y llenándose de pus, como una infección letal. Yo se que esto es cierto, porque vimos al dragón abrir un ojo en el 2019, cuando la gente salió a las calles a manifestarse y romper parada de bus y entrada de tienda, y así el presidente sacó a los militares a las calles, y la gente fue acribillada y golpeada y violada y nos dimos cuenta que el miedo seguía vivo.
La gente dice que las cosas que llegan de golpe se van de golpe, y ojalá fuera cierto, pero no lo es. Las cosas que llegan de golpe se quedan para siempre, hasta que tanto asesino como víctima son olvidados, y el pasto crece sobre la tumba, y la marea se lleva la concha y el caparazón, y se va el sol y llega la luna, y la verdad es que el mayor truco del diablo es acostumbrarnos a vivir en el infierno.
Pero se hace tarde, y ya no tengo ganas de seguir escribiendo. Se acerca el 18, así que bailare la cueca, y asistiré al asado, y una vez más se olvidará la dictadura. Hasta el próximo año.
People say that things that arrive like a coup leave like a coup.
It’s a joke, actually. Typical humor of a child that doesn’t know the weight of the dictatorship, of the people who laugh at the Challenger, who laugh at the Twin Towers, and in a way, laughter is medicine, it’s what they give patients when the pain is too much, and it needs to be replaced, and laughter replaces it marvelously. And I must admit that I find it funny as well. It’s ridiculous, to be honest. You see tragedy and there’s always someone who turns it into a joke, into nothing, and to many it hurts, but to many others it matters very little.
The dictatorship mattered very little to me. When I was little I didn’t know about my grandpa, about my uncle. I lived in a perfect imperfect world, with normal people issues, like bad grades, fights, divorce; everyday shit. The bread of every day. And I grew up and I enjoyed, and I got to the Institute. Its name was National Institute, and it was the oldest school in the country, built in 1812, and it was a good school around the 1900s, but it became rotten inside, victim of fame and chauvinism, and the only thing I learnt was that life is cruel, adults tend to lie, fighting for your rights is a lost battle, and no one can hear you cry in the bathroom stall at the end of the third floor, because it’s the only bathroom that doesn’t have a classroom on the other side of the wall. And my life continued, like a ghost, without thinking about the difficult and the complicated, living day by day, rotting inside. I lost my first year to the protests, the second year to the abuse of power, and I couldn’t recover the rhythm after, a victim to better times. The third year, I learnt of the dictatorship.
It’s called Institute Memory Day. It happens every 25th of September, in front of a bronze plaque. It’s a plaque honoring the fallen students, those who we remember that day, and every year someone different arrives to speak, to tell their history. And of these matters spoke Luis Lorca, whose brother Carlos, congressman during Allende’s mandate, disappeared days after the coup, and he was never seen again. One of two congressmen who disappeared. One of thirty Institute students who died. Allende was from the Institute too, and walked through the same halls and went up the same stairs, and sat in the same library that I visited some times, and there were pictures of him, reading books in front of the massive world globe, and I would pass by it, and become part of history. And if you look through the window, you could see La Moneda, because the Institute is a block away from it, and you can imagine the destruction that day, from the perspective of the students and teachers back then, here, where tankette and plane passed, and one of the bombers threw a bomb wrong and it landed right next to the school, hitting a hospital that used to be there. And the students ran through the streets and I wonder if they saw Olivares, director of the National Television of Chile, who was the first to fall in La Moneda on that day of culebres.
I walk through the Great Avenues and I move towards Paseo Ahumada, where the tanks rolled into and took Allende’s friends out into the streets once La Moneda was destroyed, and here the soldiers fathered, and here the people was standing at 8 in the morning to buy bread and vegetables for the soup and meat for the stew, and here the youths gathered, and here the waiter offered a free ice cream if you voted Yes, and where the people dance and cried and cheered when Pinochet was put to rest, and the days pass and I keep cutting through history, we all do, and we care very little. I live block and a half from a wall where a firing squad killed twelve one night back in ‘75, and three blocks from a prisoners’ camp where thousands gathered, and I turn on the TV and I see Paty Maldonado, news broadcaster who even to this day believes the massacres didn’t happen, that no one was tortured, that there was no censorship, and her step brother was taken to Pisagua, and was hit, and knew people that was killed there, and the man keeps with his job as a comedian, and ignores the hatred and ignorance, because he’s old and tired. And I see this and I cannot understand how a woman can be this stupid, this self centered, and how the brother can be so permissive, so meek, and I realize something.
I cross the streets where the blood of the patriot fell, and I hear the cueca, people preparing for the 18th, Chile’s independence day, when the first national government junta took place. The smell of roast meat invades my being, and I think of the Caso Quemados, of the people burnt alive two minutes from my house. I see people dancing, and I think of that Sting song, and the women don’t dance alone anymore. I look over the National Stadium, and there’s a museum of the memory since ten years ago. I haven’t been yet, despite having been to the stadium many times before; at least once every year for the September 18th celebrations.
The dictatorship never ended. We simply allowed it to ferment, we let Pinochet die, but not in prison but of old age, surrounded by friends, friends who also weren’t jailed, and they kept taking money from the country because justice is dead, and so is democracy. And the soldiers walk the streets free, and today they also eat roast meat and dance the cueca and life continues. And so the dictatorship lays, sleeping like a dragon under a mountain, with the sea in its stomach, waiting for the people to wake him up with their fury, and he’ll return and destroy everything, but until then, Panmunjom, a single Korea but divided between left and right, neither letting go, and life keeps going, but it continues in stasis, slowly gathering flies and turning green and yellow, growing ulcers and filling with pus, like a lethal infection. I know this is true, because we saw the dragon open one day back in 2019, when people took the streets to protest and destroy bus stop and storefront alike, and the president moved the military to the streets, and people were shot at and beaten and raped and we realized the fear still lived.
People say that things that arrive like a coup leave like a coup, and I wish that were true, but it isn’t. Things that arrive like a coup remain forever, until both killed and victim are forgotten, and the grass grows over the tomb, and the tide takes away both shell and carapace, and the sun goes away and the moon arrives, and the truth is that the greatest trick the devil ever pulled was making us get used to living in hell.
It’s getting late, and I don’t feel like writing any longer. The 18th creeps closer, so I’ll dance the cueca, and I’ll go to the barbecue, and once again the dictatorship will be forgotten. Until next year.